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viernes, 15 de noviembre de 2024

EL YO Y EL APEGO AL YO

 EL YO Y EL APEGO AL YO. 

El yo y el Apego al yo.

Nuestra mente conceptual percibe y proyecta la idea de que todos los fenómenos tienen existencia inherente, vida por sí mismos, que existen por cuenta propia. Así entendemos la realidad, apreciando que todo tiene existencia inherente y en particular el yo. 

Esta mente de apego al yo, del ego que todos poseemos, es el origen de las perturbaciones mentales que engañan y descontrolan a la mente, nos hace actuar equivocadamente al no ver las cosas como realmente son, y por tanto, ocasionan sufrimiento al ser humano. 

Cuando se trata de encontrar el yo de acuerdo a lo que encierra la denominación, no se encuentra nada que se concrete como yo. Si el “yo” fuera verdadero, deberíamos haberlo encontrado hace tiempo. Se piensa que el yo es el cuerpo, que el yo es la mente, que el yo es el cuerpo y la mente. No es así, si el yo fuera el cuerpo o la mente, el poseedor y lo poseído serian lo mismo, por lo tanto, no tiene sentido decir mi cuerpo o mi mente. Si suponemos que el cuerpo y la mente se esfumaran, no queda nada que podamos reconocer como el yo.

El yo con existencia inherente (per se) no existe. El yo existe solo en forma “convencional”, como el “tú” y “mío”, y sirve para identificarnos uno del otro, por lo que lo “asociamos” al conjunto de cuerpo y mente. Uno se llamará Marcelo, Bárbara o Nicolás y es una convención para distinguir uno del otro y, en esta “realidad convencional” en que vivimos el yo así tiene su aplicabilidad. El yo pasa a ser la conciencia que se tiene de si mismo como ser individual. Ese yo individual, que nos permite identificarnos con la experiencia provoca sufrimiento y como se cree que existe nos apegamos a todo y eso también producirá sufrimiento. Sin embargo, el yo es un producto mental, una ilusión de los sentidos, no hay ningún yo, ni siquiera algo similar, que realmente nos defina como yo. Es una convención. Una mera etiqueta.

Uno genera una identificación y simpatía con el “yo”. Afirma yo soy médico, yo soy padre, yo soy hijo, yo soy bueno etc., y cuando ve que uno de esos yo es amenazado, origina un apego espontáneo con él, en protección del mismo, ya que pensamos que realmente ese yo nominado es uno mismo. Pero no es uno mismo. Uno es el que ha concebido un yo como un ideal de sí mismo. Es tanta la adhesión al yo, que si se amenaza de pérdida un bien propio, el ego brinca y aflora el miedo de perder lo que consideramos nos contribuye a ser lo que somos. Y ahí aparece la ira y también la angustia, intranquilidad que se debe al ego, a la autoestima, ¡al poseer que resulta en apego! Así como nos apegamos a las cosas de la vida, que por supuesto nos gustan, nos apegamos a la propia idea del yo.

Nos comportamos sin aceptar que el yo es un nombre imputado por la mente, una etiqueta, algo convencional que nos permite llevar las relaciones personales. La mente se engaña creyendo que el yo existe independiente, inherentemente de un modo real. La mente es la que etiqueta todo incluso las acciones del yo. Recordemos que las etiquetas tienen existencia conceptual, como pensamiento en la mente, pero no en la realidad del universo. 

“El yo siempre exagera las cualidades de un ser o de una cosa y por tanto nos apegamos a aquello, y también exagera las cualidades negativas viéndose disminuidas las positivas de aquello a que sentimos aversión”. Este yo, nos provoca entonces sufrimiento al crear causas y condiciones para que la mente opere del modo de producir engaños o errores de percepción. 

Al igual que un tronco de un árbol de plátano no es nada cuando se corta en pedazos, de la misma forma, el “yo” es inexistente cuando ha sido buscado analíticamente”

Shantideva.

El yo es un tramposo, pues nos hace creer que tenemos una existencia inherente,  no siendo así, somos personas interdependientes. Necesitamos del sol, agua, aire,  alimentos, remedios y tantas otras cosas para poder vivir. Es como una planta, que necesita de tierra, agua, sol, aire para vivir y si falta alguno de esos elementos, muere. 

El yo es el que nos causa por ejemplo ser agresivos.

El yo es el que no nos facilita amar en forma sincera (el ego y yoismo nos nubla).

Asimismo, el yo considera lo amado como algo imperioso para satisfacerse y eso ya es estímulo suficiente para generar insatisfacciones. Cuando ese ser amado quiere alejarse o evitarnos, el yo nos hace sufrir al inducirnos a pensar que parte de nuestra propiedad es la que se aleja. El yo, el “yoismo” siempre genera molestias, dado que es de una postura egoísta y envidiosa. Propone por ejemplo: “sin ti no puedo vivir”, una frase al menos egoísta que denota no solo apego y eso ya es causa de angustias estresantes.

 El apegarse al yo es causa de sufrimiento.

Reducido el yo aparece fácilmente el amor compasivo.

Cuando uno muere no hay algo con lo que se pueda afirmar que murió el yo. Todo “fenómeno” se da como resultado de causas y condiciones asociadas. Todo surge dependiente (causa y efecto involucrado). Este no es el caso del yo, pues es una ilusión y un convencionalismo.

Ego en latín significa yo; yo, ego, son en definitiva lo mismo. 

El ego es dañino para la persona que lo personifica, eso lo sabemos. Tiene de socio al egoísmo que involucra un excesivo amor a uno mismo, atendiendo sus propios intereses, sin importar el de los demás. Esto es egoísmo puro, sufrimiento en vista.

                  “Un egoísmo sano seria cuando no compromete a los demás”.

En fin, no hay nada en ese yo designado, inventado por nosotros y, que sin embargo, nos aferramos sin haber nada a que aferrarse. Mientras más nos aferremos a un fenómeno, más nos alejamos de la posibilidad de conocer la verdadera realidad de los mismos, de vivirlos en forma real. 

El ego es quien nos impide lograr el conocimiento de quienes somos en la realidad, pues nos impide en poder llegar a ver nuestra propia naturaleza, pues aparece interesadamente antes. Pero, cuando las enseñanzas budistas comienzan a hacer sus efectos, la seducción del ego en nosotros disminuye de forma paulatina a definitiva.

¡No hay nada a que aferrarse, nada que sea estable! Ni siquiera el pensamiento

El proceso de desatender el ego es gradual y se logra vía la práctica budista de los “Adiestramientos Superiores” (Cuarta Noble Verdad). Cuando se va logrando un alejamiento del yo uno va encontrando más libertad y cuando se pierde el yo, no hay apego a los fenómenos, se logra una emancipación total, sin un ego que interceda. Es en este momento cuando se pueden “aprehender los fenómenos en forma directa”. Por ello, en esta instancia ya se está liberado de los renacimientos del samsara.

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                                        Frases para tú revisión.

Nuestros problemas se generan dado la ignorancia que tenemos del yo.


El ego causa que uno produzca aflicciones al propio ser.


Mientras más te aferras a tu pareja, mas inquietudes sufrirá la relación.


El budismo no reconoce un yo verdadero, sino solo como una convención de esta realidad convencional en que vivimos.


“Para cumplir una práctica budista correcta, es conveniente un ego más sano”.


Sin la mente de apego al yo, nos libramos del yo, del sufrimiento y del samsara.


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